La espiritualidad ignaciana se basa en la convicción de que Dios es activo, personal y, sobre todo, presente para nosotros. No tenemos que retirarnos del mundo a un lugar tranquilo para encontrar a Dios. Las huellas de Dios se pueden encontrar en todas partes: en nuestro trabajo y nuestras relaciones, en nuestra familia y amigos, en nuestras penas y alegrías, en la belleza sublime de la naturaleza y en los detalles mundanos de nuestra vida diaria. A menudo se dice que la espiritualidad ignaciana nos entrena para » encontrar a Dios en todas las cosas.8781 >
Esta perspectiva influye en gran medida en cómo vivimos y cómo oramos. La rutina diaria de nuestra vida cotidiana adquiere una importancia trascendente. Es el lugar donde nos conectamos con Dios. Esto significa que las decisiones que tomamos en nuestra vida diaria nos alejan de Dios o nos acercan más a él. Nuestras vidas importan.
El Dios de la espiritualidad ignaciana es un dador de dones. «El amor de Dios se derrama profusamente como una fuente que derrama sus aguas en un arroyo sin fin», escribió San Ignacio. Las bendiciones de Dios son un regalo amoroso que nos invita a amar a cambio.
Imagen de Valerie Everett bajo licencia Creative Commons.
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